¿Por qué elegiste dedicarte a la escritura?
Porque era —y soy— muy feliz leyendo. Y alguna vez pensé que con la escritura podría reproducir aquella felicidad.
¿Qué nos podés contar sobre tu último libro?
Se llama Una casa junto al Tragadero. Salió hace un par de meses: Y la culpa fue de mi amigo el artista Luciano Acosta, que se tuvo que mudar de Resistencia a Colonia Benítez, un pueblo chaqueño pegado al río Tragadero, y aunque Benítez está bien cerca de Resistencia, a Luciano lo llenaba de angustia vivir en un lugar donde el único ruido que se escucha es de la naturaleza. Entonces quiso trasladarme parte de su angustia y me sugirió que escribiera algo a partir del nombre del río: Tragadero. Y me inventó una historia que nunca quise saber si es verdad o pura imaginación suya: que el Tragadero se llama así porque es un río que traga cosas, traga el ganado, se traga a las personas, y en alguna época, peón que perdía una vaca en el Tragadero, peón que la pagaba hundiéndose en el río... o quedaba enloquecido, perdido en ese monte áspero y bello que tiene el Chaco. “Una casa junto al Tragadero” es la historia del Mudo, un hombre que por algún motivo se manda a vivir a ese monte, ocupa una casa y tiene que aprender a vivir en esa aspereza, entre animales y personas que no le dan otra cosa más que miedo. Como el almacenero Insúa, que le enseña a cazar monos. O como Soria, que lo siente como un invasor y cada vez que puede lo denuncia con la Fundación Vida Silvestre, que no son más que unos muchachos que persiguen al Mudo para que deje de cazar monos. Cuando los muchachos de la fundación se ponen pesados, el monte se vuelve aún más siniestro y todo se retuerce...
¿Con qué personaje de ficción te identificás?
Con Holden Caulfield, como todo el mundo.
¿Qué autores nos recomendás?
Un montón, pero me quedo con los amigos: Miguel Ángel Molfino, Orlando Van Bredam, Alejandra Zina, Matías Aldaz, Valeria Groisman, María Lobo, Francisco Bitar, Germán Parmetler y más, muchísimos más.
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