¿Por qué
elegiste dedicarte a la escritura?
Lo pienso en
perspectiva y más que una elección fue un impulso. Siempre cuento que a pesar
de escribir desde muy chica, sobre todo poesía, después de la maternidad y toda
la intensidad que implica, escribir fue un refugio, una manera de hacerme un
espacio donde podía ser totalmente egoísta. Después sí fue elegirla, porque me
dio identidad política, me permitió ser militante, feminista, activista,
creadora, parte de un todo. En la literatura puedo enojarme, angustiarme,
encontrar esperanza, ser contradictoria e incorrecta. Nada en el mundo te da
todo eso. Y creo que son razones suficientes.
¿Qué nos
podés contar sobre tu último libro?
El último es
el próximo. Y es el tercero. Se llama No cuentes pesadillas en ayunas y será
parte del catálogo de Santos Locos y La Coop. Ya está listo, pero será
presentado en sociedad en marzo de 2018. Es poesía. A mí la poesía siempre me
duele un poco más. El título es una frase que decía mi abuela. Estaba convencida
de que si se contaban malos sueños sin desayunar, se hacían realidad. Con
algunos pasó.
¿Con qué
personaje de ficción te identificás?
Uh, qué
difícil. No sé si logro identificarme, pero hay muchos personajes femeninos que
me deslumbran. Recuerdo a Ángeles, una de las nenas de Pequeña música nocturna,
de Liliana Díaz Mindurry, por ejemplo. Pero el personaje de Emilia Sauri en Mal
de amores, de Ángeles Mastretta, por favor, qué belleza.
¿Qué autores
nos recomendás?
Va a parecer
un facilismo, pero no: lean a Agustina Bazterrica. Su novela Cadáver exquisito
es increíble. Y nadie debe dejar de leer a Martín Sancia, los infantiles y los
otros. También me fascina Ariana Harwicz. Y me encantaría que Carlos Marcos
escriba más, porque es tremendo. Y Camila Fabbri, y Acheli Panza y Roque
Larraquy. También la poesía de Patricia González López. Ay, siento que me
olvido de un montón. Pero arranquen y sigo pensando.
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