¿Por qué
elegiste dedicarte a la escritura?
Escribir se me dio desde chica, aunque
parezca un lugar común. Cuando tuve que decidir qué carrera seguir, imaginaba
que la literatura no era una opción (en realidad me asustaba lo académico,
pensaba que Letras me iba a tragar y escupir mis huesitos). Como me gustaba
muchísimo el cine, opté por estudiar Guion, que era una forma de unificar
pasiones. Luego estudié Montaje y estas dos herramientas que venían de otro
lenguaje, me llevaron a la comprensión de la estructura, el ritmo, la acción. Pero
nunca dejé el formato narrativa, aun cuando me parecía imposible publicar.
Escribo porque no me queda otra, porque no tengo otro talento y porque me sale
escribir, cuando no escribo sueño que escribo o no me puedo dormir con la idea
de una trama o capítulo. Aunque me resista, la escritura siempre gana.
¿Qué nos
podés contar sobre tu último libro?
Mi último libro publicado es «Bolas»
(Editorial Zona Borde, 2017) y creo que la mejor definición la dieron en una
reseña que me hicieron para Evaristo Cultural y no puedo más que citarla porque
es más precisa de lo que yo podría narrar: «es un relato en primera persona y el tema es claro:
Federico, un hombre gris, un empleado que trabaja en un sótano sin ventanas, es
un pobre hombre acostumbrado a vivir en un contexto de infelicidad. Incapaz de
disfrutar, de experimentar verdaderos placeres, ahora le toca afrontar este
hecho traumático, (…) más allá de haber, el hombre, literalmente, perdido sus
pelotas. Entonces, atrás queda pendiente una historia de frustraciones y
privaciones; de posibles expectativas imaginarias y de realidades. Atrás queda
por resolver un conflicto de desvalorización. Pero en primera instancia aparece
el cercenamiento, que sería metáfora de alguna otra carencia. Posiblemente una
falta de confianza en sí mismo, pensará el lector, teniendo en cuenta que los
testículos simbolizan la virilidad, la fertilidad, aunque también se los
relaciona con falta de reactividad, con la impotencia, con la inseguridad, con
la resignación y con los miedos. Una novela que nos habla de varones y de
mujeres. De relaciones interpersonales, de interacción. De vínculos descosidos.
De estereotipos y de roles. De crisis y de cambio.»
¿Con qué
personaje de ficción te identificás?
Es una pregunta muy difícil. Si
tuviese que llevarlo al terreno de lo leído, es todavía más complicado porque
creo que las identificaciones varían según el momento emocional del «yo lector».
Creo que en muchos momentos de mi vida he sido Rachael de «¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas?», por todos los motivos que se te puedan
ocurrir. Suelo sentirme muy identificada con la ciencia ficción porque, de
algún modo que necesitaría (más) terapia, me siento una persona en construcción
y actualización. Ahora, si tengo que responder sobre mis propios personajes, diría
que con todos o con ninguno en el mismo porcentaje de identificación.
¿Qué autores
nos recomendás?
Recomiendo mucho leer a los argentinos
o latinoamericanos contemporáneos. No sólo por el gran talento que hay en la
región, sino porque son (somos) los que más necesitamos llegar al público y
salir de cierto círculo endogámico de escritores que se leen entre sí. Hoy le
presté tres libros a mi hermana para que se lleve de viaje y dos de ellos eran
de escritores con los que he salido a tomar cerveza o invité a mi último
cumpleaños. Porque además de ser enormes autores, esa posibilidad de dialogar
con el autor/a en carne y hueso, ningún lector/a debería perdérsela. Me
interesa mucho lo que deviene de la admiración por la pluma del autor/a que
está ahí, marchando con vos en Plaza de Mayo o sentada/o a dos sillas de
distancia en un Ciclo de Lecturas. Es más, no voy a dar nombres para que buceen
en las librerías. Porque somos un montón y necesitamos ese abrazo del lector/a.
Y porque en este colectivo del cual hablo, dar nombres sería limitar a
encontrar autores maravillosos. Hay que seguir el camino de la curiosidad o del
morbo, como prefieran.
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